Arintero es un pueblecito situado en el norte de la Vecilla, en la montaña leonesa. Hubo un tiempo en el que los niños correteaban pos sus calles y los mayores trabajaban de la vida en el campo. Fue en el último tercio del siglo XV cuando ocurrió la siguiente historia:
Tras la muerte del rey Enrique IV en el año 1474, Castilla se quedó sin heredero. Las Cortes habían jurado como reyes a la Princesa Isabel, y a su esposo, el príncipe Fernando, heredero del trono de Aragón. Algunos poderosos señores de la nobleza habían alzado pendones por la infanta doña Juana, hija del difunto rey. Se empezó a tramar una rebelión, dirigida por don Alfonso, rey de Portugal, ya que queria extender su reino con la unión de Castilla.
Con ese motivo los mensajeros se extendieron por todos los reinos llamando a los vasallos leales a las armas en defensa de los Reyes Católicos.
Miles de personas acudieron a esta llamada y se concentraban cerca de Benavente y, en Arintero, pequeño pueblo de la montaña leonesa, sus vecinos habían alzado pendones por los Reyes Católicos. Sin embargo, al Señor del lugar, el noble conde García de Arintero que había peleado cien combates junto a Castilla, era ya mayor y no podía acudir a la batalla con sus reyes. De su matrimonio con doña Leonor sólo habían nacido siete mujeres y no tenía hijos varones, por lo que por primera vez en siglos, ningún señor de Arintero acudiría al llamamiento de la Corte.
La angustia del padre conmovía a una de sus hijas, Juana, la mediana, que no soportaba ver a su padre desesperado ya que no poder servir a sus legítimos reyes y concibió la audaz idea de ir ella a la guerra, en defensa del honor y el nombre de su linaje. El padre se negaba, ya que decía que era imposible que una mujer luchara, pero a cada objeción de él, ella respondía firmemente y le desbarataba los argumentos. Tras varios días, el conde García acabó cediendo y dio su consentimiento a su hija. Fueron dos meses de duro trabajo. Juana, la Dama de Arintero, aprendió a dominar su caballo de guerra y a manejar la espada y la lanza. Se habituó al peso de la armadura y a al oficio de la guerra. Tras el duro aprendizaje, del débil cuerpo de la dama surgió el noble y hábil Caballero Oliveros, nombre de guerra de Juana, quien se encaminó, desde Arintero, a unirse a las filas de combate . Parecía un caballero cualquiera y nadie sospechó cuando se presentó en el campamento de Benavente. En los meses sucesivos, gracias a su manejo de la espada y a su valor y coraje, el Caballero Oliveros se ganó la fama de caballero valiente. En febrero de 1475 se inició el cerco de la ciudad rebelde de Zamora y el asalto de las murallas para tomar la ciudad. A punto de terminar la jornada, varios soldados, entre los que estaba el Caballero Oliveros, se apoderaron de una de las puertas principales de la muralla y consiguieron que la ciudad se rindiese.
La siguiente batalla fue en Toro, donde el rey de Portugal había reunido a un poderoso ejército. Mientras el Caballero Oliveros se enfrentaba contra un soldado armado, una estocada rompió jubón de la dama y le dejó al descubierto un pecho. Varias voces gritaron a la vez: «Hay una mujer en la guerra». El rumor se extendió y llegó a oídos del almirante de Castilla, que recibió las explicaciones de Juana, que tuvo que desvelar su verdadero nombre y las causas de su presencia en el ejército. En rey, admirado por el valor de la dama, no sólo la perdonó, sino que concedió a Arintero y a sus vecinos numerosos privilegios. En su regreso a Arintero, Juana, mientras hacía frente a unos traidores que querían arrebatarle sus privilegios, cayó herida mortalmente y su valerosa hazaña quedó marcada en la ciudad de León ya que una calle lleva su nombre.
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