Cuenta la leyenda que un oficial, para más señas capitán de los Tercios de Flandes, se fue de cena a una de las numerosas tabernas que había en la calle de la Bodega Vieja. Después de una estupenda y copiosa cena, acompañada con un buen vino, se pusieron a contar hazañas y batallitas, lances amorosos y todo tipo de anécdotas.
Pasado un rato, entre el vino, el humo del tabaco y los apasionados comentarios, surgió la posibilidad de jugarse unas monedas. El capitán, ligeramente cegado por la bebida, empezó a hacer apuestas de forma descontrolada, viendo como descendía de forma alarmante su bolsa de dinero.
La situación no mejoraba, y, a pesar de ello, el capitán no se daba por vencido ya que quería recuperar todo lo perdido y seguía, aunque en vano, apostando.
Así continuó durante gran parte de la noche hasta que comprobó que no tenía más monedas. La angustia por el dinero perdido, le hizo salir de forma tosca y refunfuñando del local.
Cogió sus cosas, los dados que tan mala suerte le habían traído y se fue. Deambulando por las calles de León, maldiciendo su mala suerte y viendo el negro porvenir que le esperaba, a cada paso que daba estaba más desesperado.
Mientras la ciudad dormía, el oficial pasó por delante de la Catedral, y más concretamente, por su fachada norte. Se paró y mirando a la Virgen con el niño esperó encontrar la paz y la calma que ese momento necesitaba. Pero sucedió todo lo contrario. En un arrebato de ira lanzó sus dados contra la imagen dando de forma violenta contra la cabeza del niño. Tal fue el impacto, que cuenta la leyenda que de la cabeza de la criatura empezó a brotar sangre.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y las piernas le fallaron, cayendo de rodillas delante de la imagen. Pidió perdón, lloró y suplicó perdón por esa mala acción. Así estuvo prácticamente durante toda la noche. Cuando la luz del alba despuntaba, se fue de nuevo deambulando por las calles de León, hasta que se perdió entre ellas.
Cuenta de nuevo la leyenda, que un tiempo después, alguien llamó a la puerta del convento de los Franciscanos, situado en las afueras de León, y después de explicar los hechos acaecidos días antes, atravesó los muros del convento para no salir nunca más de ellos. Relatan la ejemplar vida de este caballero hasta el día de su muerte como Hermano Franciscano.
Cuando en la ciudad corrió la noticia y era conocida por todo el pueblo de León, la Virgen empezó a ser conocida como la Virgen del Dado. Ante el temor de que hechos similares pudieran repetirse, se optó por trasladar esta imagen a una de las capillas interiores de la Catedral.
Y desde entonces permanece en el interior de ésta, con las manos extendidas queriendo decir que está dispuesta a recibir los dados de cualquier persona que haya sido desgraciada en el juego.
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