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Hacia mediados del S. IX, nace en Lugo el protagonista de nuestra historia, en el seno de una familia noble. Mientras crecía le instruyeron en distintos campos.A pesar de que Froilán era un buen estudiante, destacaba por su gran amor a Dios, ya que de todas sus le cciones, la religión era la que más le entusiasmaba. A cada día que pasaba, el protagonista aumentaba su interés hacia Dios, por lo que un día decidió marcharse de casa para poder así, dedicar su vida a seguir su camino. Tras emprender su viaje, estuvo varios meses instalado en una cueva en la montaña en la que, sin descanso, Froilán se dedicó a orar y a hacer penitencia.
Tras pasar un periodo de tiempo allí se dirigió Valdorria, donde, entre unos riscos decidió construir una ermita. Para trasladar los materiales, el hombre se ayudó de un borrico, que una noche murió a manos de un feroz lobo.
Cuando Froilán se enteró de lo sucedido, se enfadó mucho con el animal salvaje así que le obligó a reemplazar al borrico en sus labores diarias. Cuando finalizó la construcción de la ermita, Froilán dejó libre al lobo que durante esas semanas había obedecido y acatado las órdenes del santo.
Desde aquel día el hombre dedicó su vida a predicar la palabra de Dios.
Un día, ante la fija mirada de las personas que le escuchaban y para sorpresa de todos los presentes, se metió en la boca una brasa ardiendo y no solo no se quemó, sino que a su boca acudieron dos palomas que hicieron ver a toda aquella gente que él era un elegido del señor.
Así todo el pueblo leonés descubrió que entre ellos se hallaba Froilán, el mensajero de la noticia de Dios.
miércoles, 27 de febrero de 2013
domingo, 10 de febrero de 2013
LA LEYENDA DEL TOPO DE LA CATEDRAL
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La gran dificultad de llevar a cabo una construcción de estas dimensiones, ha dado lugar a una leyenda que más que eso, era una justificación a los muchos problemas a los que tuvieron que enfrentarse los distintos arquitectos que pasaron por esta ciudad.
La leyenda cuenta que un topo gigante, al que nadie había visto nunca, salía durante la noche, y con su potente hocico iba destruyendo todos los cimientos que los canteros habían colocado el día anterior.
Durante semanas, los obreros no avanzaban, ya que no eran capaces de evitar la destrucción que el topo provocaba.
Hartos de trabajar y de esforzarse en vano, decidieron colocar una trampa. Idearon un cepo gigante con el que dar caza a tan dañino animal.
La leyenda cuenta que un topo gigante, al que nadie había visto nunca, salía durante la noche, y con su potente hocico iba destruyendo todos los cimientos que los canteros habían colocado el día anterior.
Durante semanas, los obreros no avanzaban, ya que no eran capaces de evitar la destrucción que el topo provocaba.
Hartos de trabajar y de esforzarse en vano, decidieron colocar una trampa. Idearon un cepo gigante con el que dar caza a tan dañino animal.
Y así fue, la primera noche que colocaron la trampa, oyeron como algo se había quedado atrapado en ella. Cuando se acercaron pudieron ver un enorme topo; el más grande que jamás hubieran visto.
Lo mataron y colgaron su piel, como escarmiento y signo de victoria, en la puerta principal. Desde entonces, en la puerta de San Juan, cuelga un enorme pellejo oscuro, que dicen era el pellejo del topo "destructor".
Sin embargo, recientes estudios han dado lugar, a que se conozca la verdadera naturaleza del "pellejo del topo". Según los expertos, es solamente un caparazón de una tortuga gigante. Pero… ¿sabe alguien realmente si lo que cuenta la leyenda sucedió de verdad?
Lo mataron y colgaron su piel, como escarmiento y signo de victoria, en la puerta principal. Desde entonces, en la puerta de San Juan, cuelga un enorme pellejo oscuro, que dicen era el pellejo del topo "destructor".
Sin embargo, recientes estudios han dado lugar, a que se conozca la verdadera naturaleza del "pellejo del topo". Según los expertos, es solamente un caparazón de una tortuga gigante. Pero… ¿sabe alguien realmente si lo que cuenta la leyenda sucedió de verdad?
sábado, 9 de febrero de 2013
LA LEYENDA DE LA VIRGEN DE LOS DADOS
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Cuenta la leyenda que un oficial, para más señas capitán de los Tercios de Flandes, se fue de cena a una de las numerosas tabernas que había en la calle de la Bodega Vieja. Después de una estupenda y copiosa cena, acompañada con un buen vino, se pusieron a contar hazañas y batallitas, lances amorosos y todo tipo de anécdotas.
Pasado un rato, entre el vino, el humo del tabaco y los apasionados comentarios, surgió la posibilidad de jugarse unas monedas. El capitán, ligeramente cegado por la bebida, empezó a hacer apuestas de forma descontrolada, viendo como descendía de forma alarmante su bolsa de dinero.
La situación no mejoraba, y, a pesar de ello, el capitán no se daba por vencido ya que quería recuperar todo lo perdido y seguía, aunque en vano, apostando.
Así continuó durante gran parte de la noche hasta que comprobó que no tenía más monedas. La angustia por el dinero perdido, le hizo salir de forma tosca y refunfuñando del local.
Cogió sus cosas, los dados que tan mala suerte le habían traído y se fue. Deambulando por las calles de León, maldiciendo su mala suerte y viendo el negro porvenir que le esperaba, a cada paso que daba estaba más desesperado.
Mientras la ciudad dormía, el oficial pasó por delante de la Catedral, y más concretamente, por su fachada norte. Se paró y mirando a la Virgen con el niño esperó encontrar la paz y la calma que ese momento necesitaba. Pero sucedió todo lo contrario. En un arrebato de ira lanzó sus dados contra la imagen dando de forma violenta contra la cabeza del niño. Tal fue el impacto, que cuenta la leyenda que de la cabeza de la criatura empezó a brotar sangre.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y las piernas le fallaron, cayendo de rodillas delante de la imagen. Pidió perdón, lloró y suplicó perdón por esa mala acción. Así estuvo prácticamente durante toda la noche. Cuando la luz del alba despuntaba, se fue de nuevo deambulando por las calles de León, hasta que se perdió entre ellas.
Cuenta de nuevo la leyenda, que un tiempo después, alguien llamó a la puerta del convento de los Franciscanos, situado en las afueras de León, y después de explicar los hechos acaecidos días antes, atravesó los muros del convento para no salir nunca más de ellos. Relatan la ejemplar vida de este caballero hasta el día de su muerte como Hermano Franciscano.
Cuando en la ciudad corrió la noticia y era conocida por todo el pueblo de León, la Virgen empezó a ser conocida como la Virgen del Dado. Ante el temor de que hechos similares pudieran repetirse, se optó por trasladar esta imagen a una de las capillas interiores de la Catedral.
Cuenta la leyenda que un oficial, para más señas capitán de los Tercios de Flandes, se fue de cena a una de las numerosas tabernas que había en la calle de la Bodega Vieja. Después de una estupenda y copiosa cena, acompañada con un buen vino, se pusieron a contar hazañas y batallitas, lances amorosos y todo tipo de anécdotas.
Pasado un rato, entre el vino, el humo del tabaco y los apasionados comentarios, surgió la posibilidad de jugarse unas monedas. El capitán, ligeramente cegado por la bebida, empezó a hacer apuestas de forma descontrolada, viendo como descendía de forma alarmante su bolsa de dinero.
La situación no mejoraba, y, a pesar de ello, el capitán no se daba por vencido ya que quería recuperar todo lo perdido y seguía, aunque en vano, apostando.
Así continuó durante gran parte de la noche hasta que comprobó que no tenía más monedas. La angustia por el dinero perdido, le hizo salir de forma tosca y refunfuñando del local.
Cogió sus cosas, los dados que tan mala suerte le habían traído y se fue. Deambulando por las calles de León, maldiciendo su mala suerte y viendo el negro porvenir que le esperaba, a cada paso que daba estaba más desesperado.
Mientras la ciudad dormía, el oficial pasó por delante de la Catedral, y más concretamente, por su fachada norte. Se paró y mirando a la Virgen con el niño esperó encontrar la paz y la calma que ese momento necesitaba. Pero sucedió todo lo contrario. En un arrebato de ira lanzó sus dados contra la imagen dando de forma violenta contra la cabeza del niño. Tal fue el impacto, que cuenta la leyenda que de la cabeza de la criatura empezó a brotar sangre.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y las piernas le fallaron, cayendo de rodillas delante de la imagen. Pidió perdón, lloró y suplicó perdón por esa mala acción. Así estuvo prácticamente durante toda la noche. Cuando la luz del alba despuntaba, se fue de nuevo deambulando por las calles de León, hasta que se perdió entre ellas.
Cuenta de nuevo la leyenda, que un tiempo después, alguien llamó a la puerta del convento de los Franciscanos, situado en las afueras de León, y después de explicar los hechos acaecidos días antes, atravesó los muros del convento para no salir nunca más de ellos. Relatan la ejemplar vida de este caballero hasta el día de su muerte como Hermano Franciscano.
Cuando en la ciudad corrió la noticia y era conocida por todo el pueblo de León, la Virgen empezó a ser conocida como la Virgen del Dado. Ante el temor de que hechos similares pudieran repetirse, se optó por trasladar esta imagen a una de las capillas interiores de la Catedral.
Y desde entonces permanece en el interior de ésta, con las manos extendidas queriendo decir que está dispuesta a recibir los dados de cualquier persona que haya sido desgraciada en el juego.
jueves, 7 de febrero de 2013
LA LEYENDA DE LAS JOYAS DOBLEMENTE NEGRAS
Pincha aquí para escuchar este audio:Corre el siglo XIV de gran prosperidad para la ciudad de León, y entre los muchos oficios que se practicaban en la ciudad había uno que destacaba por la gran calidad de sus trabajos; ese era el gremio de los azabacheros, quienes se agrupaban en torno a la actual calle de Azabachería de León.
Los azabacheros eran los maestros joyeros encargados de trabajar principalmente el azabache y otras piedras preciosas. Ésta piedra es una variedad de lignito, dura, compacta, de color negro y susceptible de pulimento, que se emplea como adorno en collares, pendientes, etc. y para hacer esculturas.
Por aquel entonces había un reputado azabachero conocido con el nombre de Gastón (de origen francés) que conseguía unos trabajos excelentes con este mineral.
Una mañana éste recibió la visita de Don Diego de Velasco el cual le encargó un trabajo para Doña Beatriz Ponce, que era su dama. Le encargó hacer una joya que estuviera a la altura de ésta.
Unos días más tarde recibió la visita de Don Pedro, Conde de Pernía, el cualle vino a encargar otra joya exquisita para su noble dama y amante, Doña Constanza Enríquez.
El joyero se pone a trabajar para elaborar los encargos, en los que puso todo el esfuerzo posible. Una vez realizadas y terminadas ambas piezas, casi al mismo tiempo, mandó a su criada y ama de llaves, cuyo nombre era Librada, con el encargo de entregar las joyas.
No se sabe bien, si por error o por pura maldad, la criada, Librada, comete el error de intercambiar los encargos, dando las joyas equivocadas a tales damas. Esto provoca un terrible enfado de las señoras y sobre los caballeros que han hecho los encargos.
Al ser una cuestión de honor, tales caballeros se encuentran al pie de la calle Matasiete (calle El Escudero) y se enfrentan en armas. En tal encuentro, muere Don Pedro, Conde de Pernía.
Librada, es apresada y aunque liberada del castigo de sangre (por ello se la conoce como la Sin Sangre) es encarcelada. Mientras su señor, Gastón, tiene que huir para evitar las posibles represalias de Don Diego de Velasco, y se dice que huyó a su país, Francia.
Las joyas, doblemente negras por el color del azabache y del luto, dicen que fueron a parar al tesoro sacro de la Real Colegiata de San Isidoro.
Los azabacheros eran los maestros joyeros encargados de trabajar principalmente el azabache y otras piedras preciosas. Ésta piedra es una variedad de lignito, dura, compacta, de color negro y susceptible de pulimento, que se emplea como adorno en collares, pendientes, etc. y para hacer esculturas.
Por aquel entonces había un reputado azabachero conocido con el nombre de Gastón (de origen francés) que conseguía unos trabajos excelentes con este mineral.
Unos días más tarde recibió la visita de Don Pedro, Conde de Pernía, el cualle vino a encargar otra joya exquisita para su noble dama y amante, Doña Constanza Enríquez.
El joyero se pone a trabajar para elaborar los encargos, en los que puso todo el esfuerzo posible. Una vez realizadas y terminadas ambas piezas, casi al mismo tiempo, mandó a su criada y ama de llaves, cuyo nombre era Librada, con el encargo de entregar las joyas.
No se sabe bien, si por error o por pura maldad, la criada, Librada, comete el error de intercambiar los encargos, dando las joyas equivocadas a tales damas. Esto provoca un terrible enfado de las señoras y sobre los caballeros que han hecho los encargos.
Al ser una cuestión de honor, tales caballeros se encuentran al pie de la calle Matasiete (calle El Escudero) y se enfrentan en armas. En tal encuentro, muere Don Pedro, Conde de Pernía.
Librada, es apresada y aunque liberada del castigo de sangre (por ello se la conoce como la Sin Sangre) es encarcelada. Mientras su señor, Gastón, tiene que huir para evitar las posibles represalias de Don Diego de Velasco, y se dice que huyó a su país, Francia.
Las joyas, doblemente negras por el color del azabache y del luto, dicen que fueron a parar al tesoro sacro de la Real Colegiata de San Isidoro.
viernes, 1 de febrero de 2013
LA LEYENDA DE LA DAMA DE ARINTERO
Arintero es un pueblecito situado en el norte de la Vecilla, en la montaña leonesa. Hubo un tiempo en el que los niños correteaban pos sus calles y los mayores trabajaban de la vida en el campo. Fue en el último tercio del siglo XV cuando ocurrió la siguiente historia:
Tras la muerte del rey Enrique IV en el año 1474, Castilla se quedó sin heredero. Las Cortes habían jurado como reyes a la Princesa Isabel, y a su esposo, el príncipe Fernando, heredero del trono de Aragón. Algunos poderosos señores de la nobleza habían alzado pendones por la infanta doña Juana, hija del difunto rey. Se empezó a tramar una rebelión, dirigida por don Alfonso, rey de Portugal, ya que queria extender su reino con la unión de Castilla.
Con ese motivo los mensajeros se extendieron por todos los reinos llamando a los vasallos leales a las armas en defensa de los Reyes Católicos.
Miles de personas acudieron a esta llamada y se concentraban cerca de Benavente y, en Arintero, pequeño pueblo de la montaña leonesa, sus vecinos habían alzado pendones por los Reyes Católicos. Sin embargo, al Señor del lugar, el noble conde García de Arintero que había peleado cien combates junto a Castilla, era ya mayor y no podía acudir a la batalla con sus reyes. De su matrimonio con doña Leonor sólo habían nacido siete mujeres y no tenía hijos varones, por lo que por primera vez en siglos, ningún señor de Arintero acudiría al llamamiento de la Corte.
La angustia del padre conmovía a una de sus hijas, Juana, la mediana, que no soportaba ver a su padre desesperado ya que no poder servir a sus legítimos reyes y concibió la audaz idea de ir ella a la guerra, en defensa del honor y el nombre de su linaje. El padre se negaba, ya que decía que era imposible que una mujer luchara, pero a cada objeción de él, ella respondía firmemente y le desbarataba los argumentos. Tras varios días, el conde García acabó cediendo y dio su consentimiento a su hija. Fueron dos meses de duro trabajo. Juana, la Dama de Arintero, aprendió a dominar su caballo de guerra y a manejar la espada y la lanza. Se habituó al peso de la armadura y a al oficio de la guerra. Tras el duro aprendizaje, del débil cuerpo de la dama surgió el noble y hábil Caballero Oliveros, nombre de guerra de Juana, quien se encaminó, desde Arintero, a unirse a las filas de combate . Parecía un caballero cualquiera y nadie sospechó cuando se presentó en el campamento de Benavente. En los meses sucesivos, gracias a su manejo de la espada y a su valor y coraje, el Caballero Oliveros se ganó la fama de caballero valiente. En febrero de 1475 se inició el cerco de la ciudad rebelde de Zamora y el asalto de las murallas para tomar la ciudad. A punto de terminar la jornada, varios soldados, entre los que estaba el Caballero Oliveros, se apoderaron de una de las puertas principales de la muralla y consiguieron que la ciudad se rindiese.
La siguiente batalla fue en Toro, donde el rey de Portugal había reunido a un poderoso ejército. Mientras el Caballero Oliveros se enfrentaba contra un soldado armado, una estocada rompió jubón de la dama y le dejó al descubierto un pecho. Varias voces gritaron a la vez: «Hay una mujer en la guerra». El rumor se extendió y llegó a oídos del almirante de Castilla, que recibió las explicaciones de Juana, que tuvo que desvelar su verdadero nombre y las causas de su presencia en el ejército. En rey, admirado por el valor de la dama, no sólo la perdonó, sino que concedió a Arintero y a sus vecinos numerosos privilegios. En su regreso a Arintero, Juana, mientras hacía frente a unos traidores que querían arrebatarle sus privilegios, cayó herida mortalmente y su valerosa hazaña quedó marcada en la ciudad de León ya que una calle lleva su nombre.
Tras la muerte del rey Enrique IV en el año 1474, Castilla se quedó sin heredero. Las Cortes habían jurado como reyes a la Princesa Isabel, y a su esposo, el príncipe Fernando, heredero del trono de Aragón. Algunos poderosos señores de la nobleza habían alzado pendones por la infanta doña Juana, hija del difunto rey. Se empezó a tramar una rebelión, dirigida por don Alfonso, rey de Portugal, ya que queria extender su reino con la unión de Castilla.
Con ese motivo los mensajeros se extendieron por todos los reinos llamando a los vasallos leales a las armas en defensa de los Reyes Católicos.
Miles de personas acudieron a esta llamada y se concentraban cerca de Benavente y, en Arintero, pequeño pueblo de la montaña leonesa, sus vecinos habían alzado pendones por los Reyes Católicos. Sin embargo, al Señor del lugar, el noble conde García de Arintero que había peleado cien combates junto a Castilla, era ya mayor y no podía acudir a la batalla con sus reyes. De su matrimonio con doña Leonor sólo habían nacido siete mujeres y no tenía hijos varones, por lo que por primera vez en siglos, ningún señor de Arintero acudiría al llamamiento de la Corte.
La angustia del padre conmovía a una de sus hijas, Juana, la mediana, que no soportaba ver a su padre desesperado ya que no poder servir a sus legítimos reyes y concibió la audaz idea de ir ella a la guerra, en defensa del honor y el nombre de su linaje. El padre se negaba, ya que decía que era imposible que una mujer luchara, pero a cada objeción de él, ella respondía firmemente y le desbarataba los argumentos. Tras varios días, el conde García acabó cediendo y dio su consentimiento a su hija. Fueron dos meses de duro trabajo. Juana, la Dama de Arintero, aprendió a dominar su caballo de guerra y a manejar la espada y la lanza. Se habituó al peso de la armadura y a al oficio de la guerra. Tras el duro aprendizaje, del débil cuerpo de la dama surgió el noble y hábil Caballero Oliveros, nombre de guerra de Juana, quien se encaminó, desde Arintero, a unirse a las filas de combate . Parecía un caballero cualquiera y nadie sospechó cuando se presentó en el campamento de Benavente. En los meses sucesivos, gracias a su manejo de la espada y a su valor y coraje, el Caballero Oliveros se ganó la fama de caballero valiente. En febrero de 1475 se inició el cerco de la ciudad rebelde de Zamora y el asalto de las murallas para tomar la ciudad. A punto de terminar la jornada, varios soldados, entre los que estaba el Caballero Oliveros, se apoderaron de una de las puertas principales de la muralla y consiguieron que la ciudad se rindiese.
La siguiente batalla fue en Toro, donde el rey de Portugal había reunido a un poderoso ejército. Mientras el Caballero Oliveros se enfrentaba contra un soldado armado, una estocada rompió jubón de la dama y le dejó al descubierto un pecho. Varias voces gritaron a la vez: «Hay una mujer en la guerra». El rumor se extendió y llegó a oídos del almirante de Castilla, que recibió las explicaciones de Juana, que tuvo que desvelar su verdadero nombre y las causas de su presencia en el ejército. En rey, admirado por el valor de la dama, no sólo la perdonó, sino que concedió a Arintero y a sus vecinos numerosos privilegios. En su regreso a Arintero, Juana, mientras hacía frente a unos traidores que querían arrebatarle sus privilegios, cayó herida mortalmente y su valerosa hazaña quedó marcada en la ciudad de León ya que una calle lleva su nombre.
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